Elementos de la
Farc Asesinaron a Eduardo Rolón (*)
A eso de las
seis de la tarde del domingo 30 de junio
último cayó acribillado Luis Eduardo Rolón,
veterano dirigente del MOIR e integrante del
Comité Regional de Santander. El compañero
pereció en la vereda Humadera Baja del
corregimiento de Monterrey, cuya actividad
gira alrededor de San Pablo, población del sur
de Bolívar adonde se había vinculado desde
hace unos seis años con el objeto de adelantar
sus tareas revolucionarias con las gentes de
la localidad, de preferencia entre el
campesinado. En efecto, momentos antes de
morir transportó en un vehículo, desde el
casco municipal, varios tubos destinados a
concluir sobre el río Boque un puente al que
ya se le habían erigido sus bases. Obra a la
cual se dedicó con ahínco, incluido aquel
aciago día, que era de descanso, siempre
insistiendo en desembotellar las comarcas
abandonadas y en fortalecer la economía de los
pobres del agro. Inmediatamente después de
haber depositado su carga se encaminó a pie
hacia la casa de un campesino amigo, tras el
propósito de atender algunas cuestiones
concernientes al funcionamiento de la
cooperativa del lugar fundada por nuestro
Partido. Luis Eduardo anduvo más o menos una
hora cuando en un punto del estrecho sendero
recibió una ráfaga de metralleta, por la
espalda, y luego fue rematado en el suelo.
El horroroso
crimen tiene un indiscutible carácter político
y de él hacemos responsables a las Farc e
indirectamente a la dirección del PC.
Esta
contracorriente empezó a incursionar en la
zona al amparo de sus acuerdos de "paz" con la
administración belisarista, ostentando sus
rifles y extendiéndose a punta de intimidar a
quienes no se sometan a sus dictámenes. Su
primer objetivo allí, como en otras partes, ha
sido el de intentar barrer la creciente
influencia del MOIR entre las masas e
impedirnos la acción pública, con métodos que
van desde el señalamiento calumnioso de que
actuamos por designio de la CIA hasta la
expresa prohibición a nuestros militantes de
distribuir propaganda, vender la prensa
partidaria u organizar a los trabajadores.
Todo, por supuesto, llevado a cabo bajo la
amenaza de las armas.
Nunca hemos
dirimido las discrepancias con nuestros
contradictores, principales o secundarios,
mediante la violencia; ni nos pasa por la
mente el propiciarla por el hecho de formular
esta precisa, perentoria e indignada denuncia.
Pero los ejecutores del vil asesinato no
pueden contar con nuestro silencio para
continuar impunemente agrediendo o matando a
los cuadros del MOIR. Por ello emplazamos a
sus superiores, ante el país entero,
exigiéndoles que no encubran al comandante que
auspició, autorizó o simplemente dio la orden
de la cobarde emboscada. Con los alias de
"Arcelicio", "Pedro" y "Orlando" han merodeado
por aquellos contornos tres jefes de
cuadrilla; entre éstos ha de hallarse el autor
o los autores materiales e intelectuales del
homicidio. Que se sepa cuál fue o cuáles
fueron para que sobre sus nombres caiga por lo
menos la sanción del repudio del pueblo.
En cuanto al
comportamiento de las autoridades de San
Pablo, hemos de informar que cuando se
entrevistó con ellas la comisión del MOIR,
encabezada por Jorge Santos, presidente de la
USO, a fin de llenar los trámites
correspondientes al rescate del cuerpo del
camarada desaparecido, el oficial encargado de
la policía no solamente se rehusó a prestar
cualquier protección sino que aconsejó no ir
por el cadáver. Tal actitud obedecía, según
sus propios comentarios, a dos factores: uno,
que la región se encontraba infestada por las
Farc, y el otro, que tenían instrucciones
terminantes de no desplazarse hacia las áreas
rurales. Semejantes evasivas, aunque en
realidad no nos sorprenden, sí muestran hasta
dónde llega la indolencia oficial ante este
tipo de atentados, y cuán significativa es la
ventaja concedida a unos grupos que,
diciéndose amigos de la pacificación dialogada
y gozando de los gajes de un entendimiento
pactado con el régimen, lejos de deponer los
fusiles, incrementan su pie de fuerza y
hostilizan a agrupaciones y personas inermes,
cual lo indican las protestas provenientes de
los cuatro costados de Colombia y firmadas por
industriales, comerciantes, empresarios
agrícolas, religiosos. Por ejemplo, el
Sindicato de Trabajadores Agropecuarios de
Antioquia acaba de expedir, contra las
unidades de las Farc, un comunicado dejando
constancia de los amedrentadores
hostigamientos de que han sido víctimas sus
directivos en la zona bananera de Urabá. Con
la pantomima del apaciguamiento ocurre que, en
lugar de incorporarse ciertamente una minoría
de insurrectos a la lucha legal, la contienda
política se militariza a pasos acelerados.
La abominable
ejecución de Luis Eduardo Rolón pone de
manifiesto tan dramático desenlace, pues
responde a las impredecibles ambiciones de
unos comandos que de pronto arriban a un
territorio con el cometido de desalojar a
plomo a un partido rival que lleva cerca de un
decenio bregando pacientemente junto a los
necesitados del campo, compartiendo sus
penalidades y coadyuvándoles a obtener
progresos tanto en sus reivindicaciones
sociales como en sus faenas productivas.
Merced a ello, e interpretando la inquietud
general, demandamos de los sumos poderes se
nos aclare el verdadero alcance de las nuevas
reglas del juego que regulan la confrontación
"pacífica" entre colectividades de distinto
color e ideario. En los tres años de ejercicio
de la actual administración jamás hemos
solicitado una audiencia con el presidente de
la república, y hoy, a través de esta
declaración, la estamos pidiendo, a la espera
de que nos diga, ante el gravísimo antecedente
del ametrallamiento de nuestro compañero
Rolón, cómo concibe el Ejecutivo las garantías
constitucionales de los partidos sin aparato
armado cuyos miembros padecen los cruentos
ataques de facciones bélicas que, cuando no
reciben el apoyo abierto de alcaldes y
gobernadores, se valen de las indulgencias del
Estado para eliminar y arrinconar a sus
antagonistas.
La defensa de
los derechos de las mayorías democráticas y
patrióticas, acechados por la confabulación
cada día más evidente entre el mamertismo y la
cúpula gubernamental, torna imperiosa la
conformación de una gigantesca alianza, no
conocida hasta ahora, entre obreros,
campesinos, intelectuales y burgueses, que se
plantee las siguientes metas mínimas: primero,
contener los asesinatos políticos, los
secuestros, la extorsión y las demás andanadas
terroristas; segundo, resguardar la producción
nacional ante las lesivas pretensiones del
Fondo Monetario y la ruinosa expoliación de
los monopolios extranjeros; tercero, mejorar
las lamentables condiciones de subsistencia de
las masas laboriosas y del pueblo en su
conjunto, y cuarto, proteger la soberanía de
Colombia no sólo ante los viejos y declinantes
imperialismos, sino fundamentalmente ante la
Unión Soviética, el mayor peligro para la
libertad de las naciones en la era
contemporánea.
El país no
sucumbirá en la celada que le quieren tender
unos cuantos; entre sus numerosos habitantes
hay sobrados recursos morales con qué doblegar
las azarosas complicaciones de la hora.
Abogando por la salvación de la patria
apelaremos a esas reservas, con la voluntad y
la valentía de hombres como Luis Eduardo
Rolón, quien rubricó con su sangre su
pensamiento.
Movimiento
Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR
Comité Ejecutivo Central
Francisco Mosquera
Secretario General
Bogotá, 13 de
julio de 1985.
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(*)
Declaración publicada en el Tiempo el 14 de
julio de 1985.