El Carácter Proletario
del Partido y la Lucha Contra el Liberalismo
Tres Orientaciones Básicas
para la Consolidación del Partido.
La Revolución de Nueva Democracia y su paso al Socialismo.
Parte (1).
El Internacionalismo
Proletario y el Derecho de las Naciones a la
Autodeterminación. Parte (2).
Los Cambios en la Situación
Internacional y la Teoría de los Tres Mundos. Parte (3)
El Frente Unico de Liberación
Nacional y los Tres Cerrojos de la Unidad.Parte (4).
La dirección del MOIR se
complace en informar a la militancia, a la clase obrera y al
pueblo colombiano sobre la integración en sus filas de las
vertientes marxista-leninistas de los CDPR y del MIR. El paso
hacia la fusión se originó en la iniciativa promovida por los
dirigentes de las vertientes mencionadas, que llegaron a tal
conclusión luego de observar durante un tramo considerable la
práctica del MOIR, y de confrontar los postulados
programáticos y teóricos de éste con los que por su parte
venían desbrozando y comprobar que coincidían plenamente.
Identificados en las cuestiones esenciales de la revolución no
subsistía motivo para proseguir marchando separadamente, y
especialmente cuando la unificación, en las condiciones
actuales, multiplicará las energías de la recia batalla contra
las desviaciones liberalizantes y revisionistas, de
inaplazable atención tanto dentro como fuera de nuestro
partido.
Después de las consultas y los
intercambios de opinión correspondientes, se acordó proceder a
los ajustes organizativos del caso, desde el Comité Central
hasta los niveles celulares.
Teniendo en cuenta que el MOIR
de tiempo atrás debate la utilidad del cambio del nombre y la
convocatoria del Congreso, objetivos postergados varias veces
por exigencias de la contienda política, y teniendo en cuenta
que la fusión acordada alienta esta sentida aspiración del
Partido, se determinó recomendar al Comité Ejecutivo Central
que, al calor de las nuevas circunstancias, vuelva a ocuparse
de ella y estudie la posibilidad de cristalizarla en un tiempo
relativamente corto. Mientras tanto, se vio, no sólo desde la
urgencia de avivar la lucha ideológica contra el liberalismo
seudomarxista y convivente con el régimen oligárquico
proimperialista, sino desde el adecuado aprovechamiento que
debemos hacer del prestigio ganado por el Partido en
determinados sectores de las masas, que la conveniencia
aconseja reivindicar ahora más que nunca el nombre, la
historia edificante y la línea marxista-leninista del MOIR, y
que lo alusivo a la denominación del Partido es decisión que
no ha de adoptar ningún otro organismo diferente al congreso.
La recapitulación que a
continuación ofrecemos de los principales fundamentos de
principio sobre los cuales se cimienta la fusión, busca
reafirmar el rumbo revolucionario del Partido, resaltando
aquellos puntos claves de cuyas correctas interpretación y
aplicación depende su victoria en este nuevo período.
Tres orientaciones básicas
para la consolidación del Partido
Como lo promulga el proyecto
de programa general, somos un partido político de la clase
obrera. De ahí arrancan nuestra posición peculiar en torno a
los problemas de la sociedad, los intereses y concepciones
distintos que, concernientes a la lucha de clases,
inevitablemente nos apartan y enfrentan con las tendencias y
manifestaciones no proletarias y, en definitiva, la causa que
abrazamos de combatir hasta el final por la emancipación del
proletariado, instaurar el socialismo y realizar el comunismo.
En ello se compendia nuestra misión como Partido. Tal la
síntesis procera de nuestros deberes.
De otra parte, en la brega de
más de una década hemos constatado directamente que los
obreros sólo pueden actuar como clase delante de las otras
fuerzas sociales y enrutarse hacia el cumplimiento de sus
cometidos históricos, mediante la creación y desarrollo
permanente de su propio partido. A través de él los sectores
más avanzados del proletariado conseguirán agruparse, adquirir
la preparación necesaria y constituirse en una vanguardia
experimentada capaz de cohesionar y movilizar al resto de
organizaciones obreras y a los trabajadores en general. De lo
contrario estas masas serán pasto de la influencia y las
maquinaciones de sus explotadores y verdugos, no lograrán
deshacerse de las herencias reaccionarias del pasado ni romper
con el egoísmo gremial que circunscribe la actividad a los
marcos meramente sindicales. Su salvación, pues, radica en el
partido obrero, que les proporcionará la dirección
indispensable para la revolución y la conquista de la
dictadura del proletariado.
Las luchas ideológicas y
políticas que llevamos a cabo tienen que ver directamente con
los dos puntales arriba señalados: la naturaleza proletaria
del partido y la necesidad de que el proletariado actúe
siempre como clase. Sin embargo, muchos camaradas no
comprenden a cabalidad premisa tan elemental y básica. Cuando
asumen una actitud o lanzan a la ligera un criterio no se
preocupan por indagar de qué lado se colocan, si sirven a los
apropiadores o a los desposeídos, si debilitan o fortalecen al
partido. Y quienes, instigados comúnmente por móviles
personales, no modifican semejante comportamiento liberal,
terminan inexorablemente cargándole ladrillo a la reacción. La
crítica y la lucha interna configuran la respuesta indicada
contra el liberalismo y permiten erradicarlo a tiempo para
"curar el paciente" y educar a la militancia y a las masas.
Pero a veces el aprendizaje demanda la expulsión, o la
deserción voluntaria de los inculpados, que para los
beneficios obtenidos da lo mismo.
Después de la participación en
los últimos cuatro sufragios electorales, que nos facilitó
difundir profusamente la estrategia unitaria de la revolución
colombiana y llevar a su más alta expresión la vieja batalla
contra el oportunismo de "izquierda", nos encontramos en la
actualidad ante la erupción de las más diversas expresiones
liberalizantes, caracterizadas por el convite a conciliar con
la burguesía y a inclinarse hacia el revisionismo. Aunque la
arremetida contra estas desviaciones adquiere ahora
importancia prioritaria, el Partido ya las había encarado
anteriormente con éxito y posee alguna experiencia al
respecto. Varios son los factores que las generan, como la
repercusión de la diaria labor corruptora y propagandística
del enemigo, los auges esporádicos de las contracorrientes
oportunistas de la burguesía, el acrecentamiento de las
dificultades en ciertos momentos cruciales del proceso
revolucionario, el desconocimiento de la situación real y de
su constante evolución, la desvinculación de las masas
populares y de sus lides por parte de los miembros del
Partido, la extracción de clase no proletaria de los
militantes, la falta de estudio del marxismo-leninismo y de la
trayectoria del movimiento comunista internacional, etc. La
conducta de los portavoces del liberalismo resulta fácilmente
detectable. Mientras la revolución progresa sin mayores
contratiempos, ellos son marxistas, votan sin chistar en los
organismos las políticas del Partido, hablan bien de su
táctica, simulan entusiasmo y se mimetizan dentro del montón.
Mas si viene la ola contrarrevolucionaria ellos se le suman,
olvidan el marxismo, condenan sin escrúpulo las políticas
aprobadas unánimemente, reprueban la táctica seguida, alientan
el pesimismo y se distinguen como zapadores de la división.
Las organizaciones partidarias
están obligadas a efectuar un análisis minucioso de los
diferentes brotes de liberalismo que las afectan, descubrir
sus causas particulares y disponer los correctivos indicados.
Todo lo cual en procura de elevar el nivel ideológico y la
disciplina de la militancia, y de ahondar la unidad consciente
y de principios del Partido. Las discusiones y decisiones
respectivas deberán promoverse dentro de la más amplia
democracia, sin lesionar los derechos de ningún camarada. Para
la feliz culminación de este empeño reparador se requiere
preservar a cada instante la atmósfera de plena confianza y de
fraternidad privativa de los comunistas.
Durante la campaña de
educación ordenada por la Conferencia de Julio contra el
liberalismo y el cretinismo parlamentario ha de hacerse
hincapié y profundizar en las siguientes tres orientaciones
generales:
I
El proletariado en su gesta
por la revolución de nueva democracia, en procura de la
liberación nacional y el derrocamiento de la coalición
burgués-terrateniente proimperialista, promueve la pelea
cotidiana por las libertades públicas y los derechos
democráticos para las masas populares. Denuncia con altivez
los recortes progresivos a la limitada democracia burguesa.
Defiende y utiliza las escasísimas y cercenadas prerrogativas
que aún concede a los oprimidos el régimen imperante. Por eso
se organiza en sindicatos, presenta pliegos a los patronos o
al gobierno, declara huelgas y concurre a elecciones. No
obstante, los pequeños progresos que obtiene en tales lizas,
si en verdad los obtiene, los recibe, lo mismo que a la
democracia en general, como puntos de apoyo para desarrollar
su lucha de clases y acumular fuerzas. No los puede confundir
o equiparar con las metas finales, sino reducirlos a sus
precisas dimensiones, pasos forzosos en una jornada prolongada
de años y decenios. Pero si los obreros y su partido se
prosternan ante los gajes arrancados a la brava a los
opresores, o concedidos por éstos demagógicamente para aguar
la rebeldía y solidificar la esclavitud, de sepultureros del
Estado oligárquico antinacional pasan a convertirse en sus
entibadores. Les sucede igual si restringen su acción a lo
aceptado por la minoría guarnecida tras las alambradas del
poder y no se atreven a destrozar esas cadenas y con ellas las
de la explotación económica. En una palabra, y según el
marxismo, el proletariado supedita toda su lucha política,
como medio, a su emancipación de clase.
Obrar al contrario significa
la traición a la revolución. Los desviacionistas liberales
aprecian las cosas desde otra esquina. El Estado que nos
aplasta y combatimos no lo clasifican como una dictadura
omnímoda, en la que los privilegios y garantías están
establecidos exclusivamente en provecho de la oligarquía
vendepatria, en tanto que al pueblo en la práctica se le niega
o escamotea con mil ardides toda democracia, así la
Constitución consigne en el papel vocablos huecos sobre la
"libertad" o la "igualdad" y los jefecillos de la coalición
gobernante se afanen en tapar con sus discursos las
arbitrariedades de cada día. Desde luego, para la tendencia
liberal hay injusticias y atropellos que merecen subsanarse,
de lo cual hace una muletilla en su trajín proselitista. Pero
al ocultar que bajo la sojuzgación neocolonial y semifeudal
cualquier conquista de las masas será efímera e incierta y la
mejor democracia un perfeccionamiento de la expoliación, crea
ilusiones acerca de las oportunidades que ofrece el sistema
para un pronto y normal crecimiento de las fuerzas
revolucionarias; concede poca o ninguna transcendencia al
recrudecimiento de la represión política como fenómeno
inevitable y congénito a la agudización de la explotación
imperialista, bajándole la guardia al pueblo y degenerándolo
espiritualmente; explica los escasos avances cuantitativos de
la revolución y sus derrotas electorales únicamente por los
"errores" de la táctica desplegada, minimizando al máximo el
hecho fundamental de que los obreros, los campesinos y los
demás sectores populares en sus batallas por la unidad y la
organización, no sólo tienen que encarar la férrea coyunda
cultural del enemigo, sobreponerse a los horrores de la
miseria más brutal, sino que han de afrontar una maraña de
disposiciones coercitivas de todo tipo, que para donde vayan
se las recuerdan violentamente las tropas uniformadas, los
carceleros, los alcaldes, los jueces y hasta las sociedades de
ornato y mejoras públicas y, de esta manera, la tendencia
liberal acaba por calumniar al pueblo y congeniar con los
verdugos.
Sobra agregar los peligros que
representaría para el Partido si en su seno llegasen a anidar
tales desfiguraciones alrededor de la lucha política de la
clase obrera y de la catadura del sistema reinante. Sería la
perdición. Ciertamente los problemas pesan sobre nuestras
espaldas, mas no se mitigarán con las invitaciones del
liberalismo a pelechar bajo la sombra de la democracia
oligárquica, a adaptarnos al ambiente mediante ingeniosos
replanteamientos y aleaciones oportunistas de virtuosos
maniobreros. A pesar de que perduren las elecciones y el
parlamento, o de que los Pinochet colombianos despachen
todavía desde los cuarteles, ninguna cábala milagrosa brotada
de nuestros cerebros evitará el deslizamiento del país hacia
la fascistización. La lucha electoral, cada vez más
restringida para los trabajadores por las trabas legales e
ilegales que les imponen las clases dominantes, innegablemente
contribuye a extender el Partido, divulgar sus programas,
promover nuestra línea unitaria y ganar aliados, pero por sí
sola no desencadenará mutaciones considerables en la
distribución de fuerzas. El momento es envidiable para educar
al pueblo en estas ideas proletarias de la revolución.
Inyectarlo de vanas esperanzas, embelleciendo las atroces
virtudes del democratismo neocolonial, como lo hicieron los
revisionistas en Chile, fuera de constituir un crimen
monstruoso se traduciría a la postre en lo contrario de lo que
se busca, en apagar los hornos. ¡Ay de Colombia si nada
aprendimos del martirologio chileno!
A nuestro lado las quimeras
liberales proliferan en proporción inversa a la vigencia de
las libertades públicas. Nos avecinamos a un período azaroso,
de enormes borrascas, en el que si para garantizar el triunfo
de la batalla ideológica fuere imperioso quedarnos solos, poco
importa. En ayuda de la navegación donde hay arrecifes se
levanta un faro. Falta razón para descorazonarnos porque el
Partido no crezca vertiginosamente, o porque la resistencia de
las masas a la explotación y a la opresión no se materialice,
a la vuelta de unos cuantos años, en la unidad total del
pueblo. Necesitamos formar miles y decenas de miles de cuadros
con la suficiente sagacidad para no caer nunca en las trampas
montadas por el enemigo, y con la entereza para no desertar ni
saltar al bando opuesto cuando arrecie el temporal
reaccionario; cuadros curtidos en la lucha y armados del
marxismo-leninismo, perspicaces en el conocimiento de la
cambiante realidad y audaces en la acción, modestos en el
servicio infatigable al pueblo y dispuestos a sacrificarlo
todo por la revolución. Con un destacamento así podremos
superar cualquiera de las condiciones adversas. Pero este
objetivo no estará a nuestro alcance de la noche a la mañana.
Las empresas revolucionarias que dejaron honda huella en la
historia han demandado siempre esfuerzos titánicos de sus
protagonistas. Sacar a Colombia de la aflicción y convertirla
en una nación soberana y próspera es una empresa de titanes.
II
De las peculiaridades de la
situación en que nos toca batallar se derivan tareas similares
y distintas a las de los comunistas de otras latitudes. Los
problemas colombianos guardan en general analogía con los de
los pueblos coloniales y neocoloniales del tercer mundo y se
diferencian de las adelantadas naciones capitalistas,
imperialistas. Nuestras inquietudes particulares tampoco se
parecen a las de las repúblicas socialistas. Aunque en todas
partes la clase obrera tiende hacia el socialismo y el
comunismo, antes de arribar a estos fines superiores y para
poderlos coronar, llena las etapas correspondientes del
desarrollo del país de que se trate. Nosotros no tenemos a la
orden del día la revolución socialista, como en los Estados
Unidos; ni mucho menos construimos el socialismo, como en
China. Colombia se halla en un estado anterior y moldea su
revolución nacional y democrática. Quien haga caso omiso del
escenario en que actúa fracasa fatalmente. Siguiendo estas
instrucciones del marxismo deducimos que el proletariado
colombiano está abocado, si desea vencer, a conformar un
frente de lucha con todas las clases y sectores golpeados por
el imperialismo norteamericano y sus lacayos, la gran
burguesía y los grandes terratenientes. Lo que implica unirse
con el campesinado, su aliado más natural y numeroso, con la
pequeña burguesía urbana e incluso procurar la alianza con la
burguesía nacional. De lo que se desprende a su vez el
especial celo que debemos poner en blindar la absoluta
independencia ideológica y organizativa del Partido,
alertándolo contra las influencias de las otras clases con las
que se alía, como asunto de vida o muerte.
Los obreros encarnan el
contingente más revolucionario de la sociedad colombiana. Se
inclinan naturalmente por la colectivización y planificación
de la economía, porque no poseen más que su fuerza de trabajo,
la que venden para medio subsistir, y porque en su condición
de asalariados se hallan uncidos a las formas más
desarrolladas de la producción capitalista, incluidos, se
entiende, los monopolios del imperialismo, en los que se
manifiesta a plenitud el antagonismo entre los procesos
productivos altamente socializados y el acaparamiento por
parte de un ínfimo número de propietarios individuales. La
cruel explotación a que se encuentran sometidos lleva a los
proletarios a organizarse y adelantar su lucha de clases hasta
salir de la esclavitud e instaurar su propia dictadura estatal
socialista en lugar de la de sus opresores, primero, y luego,
hasta abolir toda diferencia social y con ello las clases y el
mismo Estado, es decir, el advenimiento del comunismo. De lo
dicho se colige que el horizonte del proletariado es mucho más
dilatado que el de cualquiera de sus aliados dentro del frente
único, los cuales, por sus intereses económicos y ubicación en
la sociedad, no superan los mojones capitalistas. Sólo las
capas más arruinadas del campesinado y de la pequeña burguesía
urbana, en vía a la proletarización, acogen las banderas del
comunismo.
Asimismo, nuestro partido se
distingue de los demás por otras cuestiones concomitantes:
posee una teoría científica, el marxismo-leninismo, que le
permite descubrir y aplicar las leyes del progreso y de los
cambios sociales, o sea participar no a la loca sino
conscientemente en las transformaciones revolucionarias; y su
carácter eminentemente internacionalista que le proporciona
una visión universal y no parroquial de las cosas, tanto para
apoyar eficazmente a los obreros y a los pueblos de todo el
globo, como para amoldarse a la época histórica y sacar
provecho de las contradicciones y del curso de los
acontecimientos mundiales. Todas estas ventajas cualitativas
deciden el papel dirigente de nuestro Partido en la revolución
colombiana y el destino promisorio de ésta.
No obstante, el proletariado
no ha llegado a constituir aún una gran mayoría de la
población en Colombia ni se encuentra en condiciones para
resolver con su sólo concurso la liberación nacional y el
derribo del yugo burgués-terrateniente vendepatria, prefacio
obligatorio de la revolución socialista. Por eso machaca en
coligarse con el resto de clases y sectores sometidos, a los
que propone un plan tendiente a evitar la dispersión de las
fuerzas que resisten al imperialismo norteamericano, propiciar
la unidad del pueblo bajo una única dirección compartida y
llevar hasta el último término la revolución democrático
nacional. Para que aquel plan sea adoptado por todos los
posibles aliados del proletariado, unos gustosamente y otros a
regañadientes, conforme al peldaño que ocupen en la escala
social, se requiere de un gran conflicto, proceloso,
prolongado y complejo, hasta cuando cada una de las objeciones
en su contra, o de las sustituciones oportunistas presentadas,
queden rebatidas por la práctica; hasta cuando las clases
dominantes agoten su munición de engaños y ante el
archipiélago político sobresalga en el continente obrero
nuestro Partido, firme, seguro, querido y respetado por las
masas populares. Entonces el frente patriótico tomará cuerpo
definitivamente y la revolución tocará a las puertas de
Colombia.
No se vaya a creer que porque
los objetivos son de índole democrática en la presente etapa,
o porque precisamos de un frente que abarque a la casi
totalidad de colombianos, andaremos más rápido ocultando
nuestros puntos de vista o renunciando a la independencia
ideológica y organizativa del partido. Nos aliamos para
robustecernos, pero si no nos hacemos fuertes en todas la
líneas nadie se aliaría con nosotros. Hacemos concesiones
secundarias para facilitar la unidad del pueblo, mas ésta
depende en últimas del triunfo de la lucha contra las
posiciones conciliacionistas y traidoras. Al darle aliento a
frentes pequeños como la UNO durante las elecciones de 1974,
instruíamos a las masas con nuestro ejemplo acerca de la
política unitaria; sin embargo, cuando rompemos posteriormente
con aquella, tras los galanteos del Partido Comunista con "el
mandato de hambre" y su comportamiento sectario y
antidemocrático, también hacíamos labor pedagógica en los
hechos acerca de cómo no pueden funcionar las alianzas
revolucionarias de los oprimidos contra los opresores.
El aglutinamiento del pueblo
en un frente único presupone antes que nada el fortalecimiento
del proletariado y su partido. La unidad antiimperialista no
se reduce sólo a entendimiento y concesiones; entraña
igualmente discrepancias de clase y defensa cerrada de las
orientaciones correctas. Por la dinámica de la revolución
sabemos que los frentes se integran y se desintegran. Mirar
únicamente un aspecto de la contradicción, y en este caso
relegar la lucha para sostener los compromisos, sería
abandonar la independencia ideológica del partido,
debilitarlo, presionarlo a adoptar los criterios y enfoques de
otras clases y a declinar su papel dirigente de la revolución.
Y con ello Colombia entera perdería, ya que nadie, a excepción
del proletariado, le garantizará la plena soberanía y la
auténtica prosperidad económica.
En cuanto a la unidad, los
propugnadores de la tendencia liberal dentro y fuera del
Partido han salido más papistas que el papa. Debido a ello
resulta sencillo destaparlos. Hoy por hoy su principal
consigna de combate es ésta: ¡Hay que hacer el frente,
mantenerlo y ampliarlo a cualquier precio! Que el programa
revolucionario obstaculiza el acercamiento de caudillos y
personajes interesantes, suplantémoslo entonces con una
plataforma reformista. Que el internacionalismo asusta al
"centro-izquierda", embutámosnos con éste en el monedero del
nacionalismo burgués. Que el Partido, en la dura pugna por
abrirle camino a una línea consecuentemente unitaria de la
revolución colombiana, se ha ganado bastantes y pudientes
detractores, reneguémoslo y evadamos el aislamiento. Las
pérfidas invitaciones de los desviacionistas liberales
consisten en el fondo en que el proletariado, en honor de un
peregrino avenimiento con los eventuales socios, trueque su
inefable y brillante porvenir revolucionario, su vasta
proyección de combatiente internacionalista y sus intereses de
clase, por los austeros remiendos al régimen de explotación
neocolonial y semifeudal, las miopes consideraciones de los
prejuicios nacionalistas y los mezquinos intereses burgueses.
El Partido no necesita
desdibujarse para convencer a sus virtuales aliados de lo
justo de una estrecha cooperación en las acciones contra el
imperialismo norteamericano y sus secuaces. Promulga la
revolución nacional y democrática, con lo que promueve el
frente único y crea las condiciones ulteriores para el
socialismo. Pero si desiste de aquella y retrocede ante los
embates del oportunismo no disfrutará de la autodeterminación
de la nación colombiana ni, después, de la libertad de la
esclavitud asalariada. Dentro de la alianza democrática y
patriótica no se borran las fronteras de las clases que la
componen, simplemente éstas limitan las luchas entre sí, y las
encauzan hacia el mejor logro de los objetivos comunes. De lo
contrario el Partido se verá impelido a romper la unidad en
nombre de un acuerdo genuinamente revolucionario. Y es lo que
acontece en la actualidad. La poderosa corriente unitaria del
pueblo colombiano gana cada día más y más simpatizantes; sin
embargo, su ventura estriba en el naufragio de las tendencias
liberales y revisionistas, para lo cual las condiciones
continúan siéndonos propicias.
III
Las formas rudimentarias
organizativas de la clase obrera surgen de la confrontación en
las fábricas contra los patronos, como palancas de su lucha
económica. Pronto adquieren la contextura acabada de los
sindicatos que, conforme va patentizándose el antagonismo
entre el capital y el trabajo y la necesidad de los
asalariados a redoblar las defensas ante la voracidad de sus
esquilmadores, pasan de asociaciones de base, a nivel de
empresa, a agrupaciones extendidas por ramas industriales; de
federaciones regionales a confederaciones de cobertura
nacional. Estas estructuras gremiales simbolizan escuelas
insustituibles de los trabajadores, donde reciben las
lecciones preliminares y forjan los primeros hierros en su
larga y enconada contienda de clase. Mas no les bastan para
enfrentar con éxito a los esclavistas modernos, no digamos en
el multifacético universo de la política, sino incluso en el
mismo terreno de las reivindicaciones inmediatas y las
reformas por mejores medios de vida y de trabajo.
Los opresores se mueven a sus
anchas en todas las esferas de la sociedad; empezando porque
cuentan con el ingente poder que representa la riqueza
colectiva acumulada en sus manos y funcionan como Estado, con
legisladores que expiden las normas de obligado cumplimiento,
magistrados que juzgan y castigan a los infractores de la ley
y ejército que somete violentamente a quienes se insubordinan.
Por intermedio de sus partidos pretenden colocar al lado suyo
a las masas populares, sin excluir a los obreros más ingenuos.
La instrucción pública la encaminan hacia el adormecimiento
del pueblo y la creación de servidores obsecuentes. En los
otros dominios de la cultura también se inmiscuyen, cuando
impulsan un arte oficial degenerativo o se parapetan en la
religión para evadir las iras del vulgo incrédulo. Hasta en el
sindicalismo operan, donde alientan el esquirolaje y amamantan
una concha burocrática encargada de descarriar el movimiento y
asordinar la protesta.
Si el proletariado, al
contrario, no transmonta los linderos de sus habituales
labores, se reduce a los pliegos de peticiones y a los
aumentos de salarios, se enconventa huyendo de los peligros de
la vida seglar y no acepta el reto que le formula el enemigo
de batirse en cualquier sitio y con cualquier arma, será un
pobre juguete en las garras de sus depredadores. Pero este
salto no podrá darlo espontáneamente. Así como requirió de los
sindicatos para adelantar la lucha económica, en la lucha
política precisará del partido, su instrumento orientador por
excelencia y su más elevada expresión organizativa. El inicio
de la actividad partidaria para la masa obrera significa salir
de pronto del fondo de un socavón al sol del mediodía. Una
alborada jamás soñada despuntará ante sus ojos recién
abiertos. Ya no estará dispuesta a ser eternamente una raza de
proscritos y con indescriptible alegría descubrirá que tarde o
temprano ajustará cuentas a los culpables de todas sus
angustias, tanto por la fuerza de sus argumentos como por los
argumentos de su fuerza. Entonces sí obtendrá definidos
perfiles de clase y disputará a los explotadores el
ascendiente sobre las grandes mayorías, en los desafíos de
todas las justas, en el pugilato medida por medida, en los
choques ideológicos y militares, hasta arrebatarles la
preeminencia dentro de la sociedad y conquistar la
prerrogativa de troquelar una nueva, con arreglo a las
demandas de los discriminados de ayer.
La envergadura del Partido
para abarcar y coordinar al resto de corporaciones del
proletariado indicará el grado de su madurez. Esta ligazón la
efectúa a través de los organismos celulares que nacen y se
multiplican paulatinamente, en concordancia con el engranaje
de la producción y la segmentación territorial. Por el aspecto
formal el partido se acomoda a las diversas organizaciones de
las masas y por su contenido éstas se ajustan a sus
directrices políticas. Los militantes respetan las normas de
las entidades donde actúan, propugnan y se someten a los
principios democráticos de funcionamiento, persiguiendo a cada
instante el respaldo para los postulados fundamentales del
Partido y el acatamiento para sus resoluciones. Si pisotean la
democracia o desfiguran la índole de la respectiva agrupación,
¿cómo lograr la acogida para la política revolucionaria? Si no
luchan por ésta, ¿qué objeto tiene servir comedidamente en una
determinada agremiación? Relación idéntica prevalece desde el
punto de vista de la legalidad y la clandestinidad. Las
células cerradas siguen a los aparatos abiertos, pero éstos se
guían por aquellas. El divorcio de unos y otras privaría al
Partido del medio natural de subsistencia y a las bases llanas
de su nutriente vital. En torno a quebrar o ahondar ese
vínculo girará toda la lucha de clases en sus facetas más
desarrolladas. Cuando la reacción compruebe su impotencia en
la fatiga de apartarnos del pueblo haciendo uso de la polémica
"civilizada", terminará quitándose el antifaz y abandonando
las apariencias, para pasar a dirimir la controversia
principalmente por los métodos de la barbarie. Su instinto
animal la alerta sobre la amenaza de una vanguardia
esclarecida que finca su éxito únicamente en la aceptación
ganada entre los desposeídos y que espera segura el triunfo
del estallido revolucionario. La guerra popular contrarrestará
en su momento hasta los últimos propósitos letales del enemigo
puesto que garantizará, entre sus variadas miras, que ni
siquiera la violencia instaurada a grande escala por las
falanges oficiales consiga el ostracismo del más abnegado
destacamento de combate de los insumisos.
Paradójicamente, no es
menester que el régimen se preocupe con frecuencia en cortar
las correas de transmisión que nos comunican con los amplios
sectores laboriosos urbanos y rurales; la conducta de no
despreciable cantidad de camaradas, que se hallan afectados de
gremialismo y economismo, se encarga de decretar el destierro
voluntario del Partido de jornadas masivas, de tareas
especializadas, de núcleos de agitación. He ahí otra categoría
de liberalismo, que, por lo demás, reviste modos muy
heterogéneos. Unas veces aparece como la constante a evadir el
duelo franco con los oportunistas y revisionistas por el
control de la plaza, o a mostrar indiferencia por los ataques
y mendicidades de nuestros calumniadores. Otras, como egoísmo
de gremio, cuyos portavoces arrancan sublimando la importancia
de su profesión u oficio ante el resto de las ocupaciones
productivas, debido a lo cual todo acercamiento, participación
y aporte de los no congregados, sin exceptuar el Partido, se
considera una intromisión inadmisible; y por lo general
culminan resignándose al estado de cosas vigente, sumiéndose
en la pasividad y perdiendo la iniciativa, el espíritu
creador, la originalidad y hasta el brillo, si en algún tiempo
fueron virtudes suyas. Sin la ruptura radical con tales
desviaciones no será posible, por ejemplo, cumplir con nuestra
decisión de ojear hacia el campo, contribuir y atender
directamente las faenas de la organización del campesinado y
unirnos acelerada y consistentemente a él.
Los dirigentes obreros que se
dejan envolver en la rutina de sus sindicatos, y satisfacen
sus mejores ambiciones al conservar, año tras año, un cargo en
la Junta Directiva, como cualquier burócrata se oponen a las
innovaciones y a la promoción de activistas; o llegadas las
horas de las conmociones sociales y del resquebrajamiento de
la tranquilidad, exhalan con disimulo sus esencias
soporíferas, como cualquier burócrata. Cuando ascienden la
cuesta y adelantan la dispendiosa brega por desprender la
costra patronalista, reciben gustosos el apoyo del Partido;
cuando salen vencedores y con la protección del fuero
sindical, echan en un saco roto las enseñanzas revolucionarias
y estiman demasiado onerosas las obligaciones partidarias. Es
como decía un camarada en la Conferencia de Julio: "Después
que los ayudamos a trepar al caballo, se largan al galope".
Todas estas manifestaciones del liberalismo deforman la mente
de los trabajadores, los encasillan en parcelas separadas,
impidiéndoles portarse como clase ante sus explotadores y
facilitando la labor divisionista de la oligarquía lacayuna;
minan gravemente nuestros esfuerzos por vincularnos
íntimamente con los millones de integrantes del pueblo
colombiano, y nos impiden responder oportuna y eficazmente a
las maquinaciones de la reacción en todos los ámbitos. En
suma, proporcionan el abono para el cultivo de los peores
vicios del oportunismo y colaboran determinantemente en
fomentar la inveterada postración de las abrumadoras mayorías.
Cuánto nos falta recorrer aún
para arraigar la idea básica de que el proletariado no gozará
de bienestar verdadero hasta tanto no pulverice la dominación
de sus opresores, por lo que tendrá que capacitarse para
combatirlos, no sólo con los pliegos petitorios y las reformas
reivindicativas, sino investigando y encontrando en las
múltiples contiendas las salidas acertadas para la crisis
global de Colombia; desbaratando una a una las mentiras
entronizadas acerca de la economía y la política, las ciencias
y las artes, sin permitirles a sus enemigos que se sigan
luciendo por ausencia de contradictores, y hostigándolos y
volviendo contra ellos las mismas lanzas lacerantes. Pero
sobre todo consolidando su partido y creándole audiencia entre
las amplias masas, única forma de sacar airosa una lucha tan
complicada y profunda.
En consecuencia, dentro de las
organizaciones obreras y populares hemos de estimular la
proliferación de nuestras células comunistas y oponernos
resueltamente a cualquier intento de distanciarlas, arrumarlas
al rincón o minimizar su papel. En la propaganda masiva
insistir en lo indispensable de un progresivo enraizamiento
del Partido entre los desposeídos y las capas más pobres de la
población, como requisito para que las diarias batallas por el
pan y las libertades reciban una certera orientación, según la
evolución de los acontecimientos en su conjunto, y para que
dejen de ser cada vez menos episodios inconexos y ajenos por
completo a las hazañas por la independencia y soberanía de la
nación y al gran torrente revolucionario de la época
contemporánea. Es la solución a la urgencia de que las
diversas luchas del pueblo se solidaricen mutuamente y
desemboquen al final en el levantamiento generalizado. De otra
manera, las ventajas circunstanciales del imperialismo y de
sus intermediarios continuarán viéndose, tras el cristal
revisionista, cual monstruos invencibles; y los trabajadores,
anonadados por las desgracias del momento, no se plantearán
seriamente los problemas de la conquista de un grato y
esplendoroso porvenir, de su participación en la política
activa y de la necesidad de su vanguardia de clase, o sea,
nunca emergerán de la charca del economismo y del gremialismo.
Esa tremenda responsabilidad
nos incumbe. A partir de las contradicciones de hoy habremos
de diseñar los rasgos esenciales de la futura sociedad obrera
y campesina; en consonancia con las reivindicaciones más
sentidas de las masas tendremos que abrir cauce a la lucha
política revolucionaria, y con base en las agrupaciones
populares debemos extender y consolidar el Partido. A ello ha
de conducir la campaña educativa contra el liberalismo y el
cretinismo parlamentario. A que los obreros, auscultando el
presente, divisen el mañana; supediten la reivindicación a la
política, y pongan sus asociaciones a tono con el partido.
Porque cretinismo parlamentario no es únicamente comportarse
como un cretino en los parlamentos, es también contagiarse y
compartir el vil enfoque que sobre las cuestiones públicas
caracteriza a los curuleros de todos los pelambres. Y el
desarrollo de la visión proletaria está indisolublemente
entroncado con el punto que venimos tratando, el de estrechar
las ataduras del partido con las organizaciones de las masas.
En el nuevo período, después
de la expansión lograda como fruto de tres años casi
ininterrumpidos de pugna comicial y del clima favorable creado
por las alianzas del frente, se impone el énfasis en las
tareas de consolidación, bastante contrapuestas a las del
tráfago electoral, contrapuestas, se entiende, por sus
modalidades, mas no por sus lineamientos centrales. Le toca el
turno a las labores educativas y organizativas, si deseamos
mantener y fortalecer las posiciones alcanzadas en las lides
anteriores. Son cambios considerables en las formas de
trabajo: mayor tiempo para el estudio, concienzuda atención a
la organización del partido y de las masas, servir al pueblo
con paciencia y diligencia y hacer lo imposible para perdurar
en los sitios a que hemos sido asignados. Especialmente
acercarnos a los campesinos, no sólo con la solidaridad
efectiva, fraternal y entusiasta a que está obligado el
movimiento obrero, sino con la vinculación física y la
permanencia entre ellos. Tejer unos lazos tan firmes entre
nosotros y el pueblo que el enemigo no pueda vulnerarlos, ni
con los artículos del estatuto turbayista de seguridad, ni con
los escarceos de la tendencia liberalizante. En fin, no
olvidar nunca que somos miembros de un partido político de la
clase obrera.
Sigue Parte Dos: La Revolución de Nueva
Democracia y su paso al Socialismo